sábado, 26 de septiembre de 2009

Colombia: CARTA DE LOS U´WA AL MUNDO

Nosotros nacemos siendo hijos de la tierra...
Eso no lo podemos cambiar los indios ni tampoco el blanco (riowa)


Más de mil formas distintas les hemos dicho que la tierra es nuestra madre, que no queremos ni podemos venderla. Pero el blanco parece no haber entendido, insiste en que cedamos, vendamos o maltratemos nuestra tierra, como si el indio también fuera persona de muchas palabras...
Nosotros nos preguntamos: ¿Acaso es costumbre del blanco vender a su madre?. No lo sabemos, pero lo que los U’wa si sabemos, es que el blanco usa la mentira como si sintiera gusto por ella: sabe engañar, mata a sus propias crías sin siquiera permitir a sus ojos ver el sol, ni a su nariz oler la yerba; eso es algo execrable incluso para un salvaje.
Sabemos que el riowa ha puesto precio a todo lo vivo, incluso a la misma piedra; comercia con su propia sangre y quiere que nosotros hagamos lo mismo en nuestro territorio sagrado con ruiria, la sangre de la tierra a la que ellos llaman petróleo. Todo esto es extraño a nuestras costumbres. Todo ser vivo tiene sangre: todo árbol, todo vegetal, todo animal, la tierra también, y esta sangre de la tierra (ruiria, el petróleo) es la que nos da fuerza a todos, a plantas, animales y seres humanos.
Pero nosotros le preguntamos al riowa: ¿cómo se le pone precio a la madre y cuanto es ese precio? Lo preguntamos, no para desprendernos de la nuestra, sino para tratar de entenderlo mas a el, porque después de todo, si el oso es nuestro hermano, también lo es el ser humano blanco. Preguntamos esto porque creemos que él, por ser civilizado, tal vez conozca una forma deponerle precio a su madre y venderla sin caer en la vergüenza en que caería un primitivo. Porque la tierra que pisamos no es solo tierra, es el polvo de nuestros antepasados; caminamos descalzos, para estar en contacto con ellos. Para el indio, la tierra es madre, para el blanco es enemiga, para nosotros sus criaturas son nuestras hermanas, para ellos son solo mercancía. El riowa siente placer con la muerte, deja en los campos y en sus ciudades tantos hombres tendidos como árboles talados en la selva. Nosotros nunca hemos cometido la insolencia de violar iglesia y templos del riowa, pero ellos si han venido a profanar nuestras tierras. Entonces nosotros preguntamos: ¿quién es salvaje?
El riowa ha enviado pájaros gigantes a la luna (Siyora): a él le decimos que la ame y la cuide, que no puede ir por el universo haciéndole a cada astro lo que le hicieron a cada árbol del bosque acá en la tierra. Y a sus hijos les preguntamos: quien hizo el metal con que se construyó cada pluma que cubrió al gran pájaro. Quien hizo el combustible con que se alimentó. El riowa no debe engañar ni mentir a sus hijos: debe enseñar que aún para construir un mundo artificial el ser humano necesita de la madre tierra... Por eso, hay que amarla y cuidarla...
El ser humano sigue buscando a ruiria (el petróleo) y en cada explosión que recorre la selva, oímos la monstruosa pisada de la muerte que nos persigue a través de nuestras montañas. ¡Este es nuestro testamento!

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